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Home›Cuentos›Día de la Madre:

Día de la Madre:

By Valentina
mayo 23, 2024
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Pasaron varios días y no tuve noticias de José. No respondía mis llamadas ni mis mensajes de WhatsApp. La incertidumbre y el enojo se apoderaron de mí. ¿Cómo podía desaparecer así después de lo que habíamos compartido? Decidí que no iba a quedarme esperando, necesitaba despejarme y divertirme.

Era jueves por la noche, y decidí salir defiesta. Me dirigí al Pagano, conocido como el epicentro de la movida alternativa en Valparaíso. Al entrar, la atmósfera vibrante me envolvió. La música resonaba con fuerza, y la energía me contagió de inmediato.

Fui a la barra y pedí un vodka tónica. Mientras lo saboreaba, miraba a mi alrededor. Pagano estaba lleno de gente interesante que se mezclaban en una danza de luces y sonidos. La música pop de los 90’s y 2000, junto con los ritmos electrónicos creaban un ambiente perfecto para dejarse llevar.

Comencé a moverme disfrutando de cada momento. Bailé sola, dejándome llevar. Era exactamente lo que necesitaba para despejar mi mente y liberarme del estrés acumulado.

En medio de la pista de baile, un grupo se unió a mí, y rápidamente comenzamos a bailar juntos. Las risas y las conversaciones fluyeron fácilmente. Me sentía libre y viva, olvidando por completo la ausencia de José.

Una mujer del grupo, Marilyn, captó mi atención. Le decían la “Mami” por ser la de mayor edad en el grupo, era una rubia deslumbrante que bailaba de manera seductora, debía tener unos cincuenta y cinco años, pero no era impedimento para ir atrayendo miradas a su alrededor. Su movimiento tenía una elegancia y una confianza que me fascinaban. Después de un rato, se acercó con una sonrisa encantadora y me ofreció otra bebida. Acepté con una sonrisa y continuamos conversando y bailando. Era encantadora y divertida, y su compañía me hacía sentir bien. La noche avanzaba, y con cada canción, mi ánimo mejoraba.

—Este lugar tiene su propio encanto, ¿verdad? —me dijo Marilyn mientras nos dirigíamos a un rincón, buscando un poco de tranquilidad.

—Definitivamente. Hay algo especial—respondí, sintiéndome cómoda a su lado.

Nos sentamos en un rincón apartado del bullicio principal, las luces tenues y la música de fondo creando un ambiente íntimo. Marilyn y yo seguimos conversando, y pronto descubrimos que compartíamos muchos intereses. Me habló de su pasión por la música y el arte, llevaba varios años divorciada y había tenido un hijo muy joven por lo que debió terminar la universidad estando embarazada. Yo le conté sobre mis propias aventuras en Valparaíso, le dije que escribía en Orgullo Porteño, que era una especie de Carrie Bradshow del puerto. Nos reímos y compartimos historias, sintiendo una conexión genuina.

De repente, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Miré la pantalla y vi un mensaje de José. «Lo siento mucho, Valentina. He tenido unos días complicados. ¿Podemos vernos y hablar?»

Sentí una mezcla de emociones. ¿Debería responderle de inmediato o seguir disfrutando de mi noche con Marilyn? Decidí que lo mejor era dejar el drama para otro momento y continuar la velada.

—¿Todo bien? —preguntó Marilyn, notando mi expresión.

—Sí, todo bien —respondí con una sonrisa—. Gracias por esta noche. Me hacía falta.

Continuamos hablando, disfrutando de la intimidad del rincón y la compañía mutua. Cuando el bar encendió sus luces indicando el final de la jornada, Marilyn me miró con una chispa en los ojos.

—Mi casa queda cerca, en Cerro Bellavista. ¿Te gustaría tomar algo? —me preguntó con una sonrisa.

La idea de continuar la noche con ella era tentadora, y asentí con entusiasmo.

—Me encantaría.

Salimos del bar y tomamos un Uber. La conversación fluía de manera natural, y la cercanía de Marilyn me hacía sentir cada vez más a gusto. Llegamos a su casa, una acogedora vivienda con vistas impresionantes de la ciudad y el mar.

Marilyn abrió una botella de vino y nos sentamos en su sala, rodeadas de arte y detalles que reflejaban su personalidad. La conversación se volvió más profunda, y nuestras risas resonaban en el ambiente íntimo de su hogar.

La conversación fluía sin esfuerzo. Sentía una conexión genuina con ella, como si nos conociéramos desde siempre. Las risas eran frecuentes y los silencios, cómodos. De repente, en medio de una anécdota divertida, Marilyn se acercó y me besó. Sus labios eran suaves y el beso, lleno de pasión contenida. Sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo y no dudé en corresponderle.

El beso se intensificó rápidamente, nuestras manos explorando el rostro y el cuello de la otra con urgencia. Nos olvidamos del vino y de las copas que habíamos dejado sobre la mesa. Nos levantamos del sofá, tambaleándonos hacia el pasillo que llevaba al dormitorio, pero no logramos llegar tan lejos.

Nos detuvimos a mitad de camino, nuestros cuerpos se presionaron contra la pared del pasillo. La pasión nos envolvía, y la intensidad de los besos aumentaba con cada segundo. Marilyn deslizó sus manos bajo mi blusa, y yo hice lo mismo, sintiendo su piel cálida y suave bajo mis dedos.

—No podemos esperar más —murmuró Marilyn con la respiración entrecortada, mirándome con ojos llenos de deseo.

Asentí, incapaz de articular palabras, y nos dejamos llevar por la urgencia del momento. En ese estrecho pasillo, nuestras ropas fueron cayendo una a una, olvidadas en el suelo. La pasión que habíamos contenido durante toda la noche se desató completamente.

Marilyn me llevó contra la pared, sus besos viajando desde mi cuello hasta mis hombros, mientras yo respondía con caricias y susurros de deseo. La intensidad de nuestros movimientos aumentaba, y el mundo exterior desaparecía por completo. Solo existíamos nosotras dos, en ese momento de pura conexión y placer.

Cada caricia, cada beso, cada susurro se volvía más profundo y significativo. La energía entre nosotras crecía y crecía, creando una atmósfera electrizante. El pasillo se convirtió en nuestro escenario privado, donde la pasión y el deseo se mezclaban en una danza intensa y frenética.

Finalmente, agotadas pero satisfechas, nos dejamos caer al suelo, nuestras respiraciones pesadas y desordenadas. Nos miramos a los ojos, compartiendo una sonrisa cómplice.

—Creo que nos excedimos —dijo Marilyn, riendo suavemente.

—Definitivamente —respondí, sintiendo aún el eco de la pasión en mi piel.

Nos quedamos abrazadas en el suelo, disfrutando del calor de nuestros cuerpos y del vínculo que habíamos creado. Aunque la noche había tomado un giro inesperado, no podría haber imaginado un final mejor para nuestra velada. La experiencia con Marilyn no solo había sido un escape de mis preocupaciones, sino también una reconexión con mi propia sensualidad y deseo.

El amanecer nos encontró aún juntas, y aunque sabíamos que la noche terminaría eventualmente, estábamos agradecidas por haber compartido ese momento tan especial. El futuro seguía siendo incierto, pero en ese instante, solo importaba la conexión que habíamos descubierto la una en la otra.

Desperté con Marilyn a mi lado, su respiración tranquila y su rostro relajado en el sueño. La noche había sido intensa y llena de pasión, pero ahora la calma nos envolvía.

Deslicé mi cuerpo con cuidado fuera de la cama para no despertarla y recogí mis ropas esparcidas por el pasillo. Mientras me vestía, no pude evitar admirar la casa de Marilyn. A la luz del sol, la vivienda revelaba una belleza que no había notado la noche anterior. Las paredes estaban decoradas con arte ecléctico y fotografías que contaban historias de viajes y momentos especiales.

Caminé hacia la sala de estar, mis pasos resonando suavemente en el suelo de madera. Una gran foto familiar abarcaba la mayor parte de una pared, en ella se veía a la mujer mucho más joven, sosteniendo sobre sus brazos a un pequeño que aprisionaba con fuerza un peluche que casi lo igualaba en su tamaño y de un vibrante color amarillo. Todavía desnuda me detuve un instante frente a los grandes ventanales que ofrecían una vista impresionante de la bahía, con sus casas coloridas y su energía matutina. Las plantas en macetas bien cuidadas y los libros apilados en estantes reflejaban la personalidad cálida y acogedora de Marilyn.

Abrí la puerta principal y salí, cerrándola suavemente detrás de mí. La fresca brisa matutina acarició mi rostro mientras me detenía un momento en el porche. Con un último vistazo a la casa de Marilyn, seguí mi camino, el corazón ligero y la mente abierta a las próximas aventuras que Valparaíso pudiera ofrecerme.

Valentina es porteña y periodista.
Acaba de volver a Valparaíso luego de terminar sus estudios en España y quedarse algunos años recorriendo el viejo continente. En esta su columna, nos cuenta sus aventuras desde que volvió a nuestro puerto.

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