Sexo en el puerto: El pollo de goma parte 2
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Después de una primera cita llena de risas y momentos especiales, José y yo estábamos emocionados por nuestra próxima reunión. Esta vez, decidimos ir a un bar en Cerro Alegre donde José iba a hacer stand up comedy. Me intrigaba ver su faceta artística y estaba ansiosa por pasar más tiempo juntos.
Al llegar, nos sentamos en un rincón y esperamos el momento de subir al escenario. Cuando comenzó su rutina, de inmediato supe que iba a ser una noche inolvidable.
En medio de sus chistes, José hizo referencias veladas a nuestra primera cita en la cafetería, mezclando humor y anécdotas de manera brillante. Cada vez que mencionaba algo relacionado con el pollo de goma, no podía contener la risa.
Verlo en el escenario, mostrando su talento y creatividad, me hizo sentir aún más atraída hacia él. La manera en que capturaba la esencia de los momentos y los convertía en material cómico me impresionó.
Entre risas y aplausos, la noche pasó volando. Cuando José terminó su actuación, nos encontramos en el bar entre la multitud, ambos con sonrisas en nuestros rostros.
—¿Qué te pareció? —me preguntó, con una chispa traviesa en los ojos.
—Fue increíble. Eres realmente talentoso —respondí.
Conversamos animadamente. La conexión entre nosotros era palpable, y la complicidad que sentíamos se intensificaba con cada risa.
Cuando el bar cerró, José y yo decidimos continuar la velada en su casa. Caminamos juntos por las coloridas calles hasta llegar a su acogedor departamento.
Una vez dentro, nos instalamos en el living y seguimos conversando animadamente, mientras compartíamos un par de Coronas. La química entre nosotros era evidente, y la noche parecía llevarnos a un lugar más íntimo.
Entre miradas cómplices y sonrisas, finalmente nos besamos con pasión. El calor del momento nos llevó al dormitorio, donde la tensión y el deseo aumentaban con cada segundo.
Asustada, me aparté un momento y vi un pollo de goma, similar al que José había sacado en nuestra primera cita. Miré hacia la pared y descubrí un estante lleno de estas figuras.
—¿Pollos de goma? —pregunté entre risas, mientras Jorge se unía a mi diversión.
—Sí, son una especie de obsesión mía.—confesó con una sonrisa traviesa.
Aunque la situación era inesperada, nos reímos juntos y continuamos entregándonos al momento. La presencia de los pollos de goma se convirtió en una anécdota divertida que fortaleció nuestro vínculo.
Después de un tiempo, el cansancio y la satisfacción nos envolvieron, y nos quedamos dormidos. Al despertar en medio de la noche, noté que los pollos de goma me observaban como testigos mudos de lo que acababa de ocurrir entre esas cuatro paredes.
Valentina es porteña y periodista.
Acaba de volver a Valparaíso luego de terminar sus estudios en España y quedarse algunos años recorriendo el viejo continente. En esta su columna, nos cuenta sus aventuras desde que volvió a nuestro puerto.