En el bar del cerro

En el bar del cerro me conocen, saben que cuando juega wanderito y no hay plata para viajar o para pagar la cada vez más cara entrada al estadio voy a aparecer a ocupar la misma mesa de siempre. En esta ocasión llegué atrasado, los parroquianos de siempre ya van en su segunda ronda aunque sea recién pasado el mediodía, el aroma a cerveza de la noche anterior inunda el aire, algunas camisetas con el clásico verde caturro se asoman en las diferentes mesas. Como es costumbre, el local es atendido por su propio dueño y su familia. – ¿ Lo de siempre? pregunta. – Lo de siempre- respondo. No pasa un segundo y una cerveza de litro, una bebida que en su etiqueta dice tener sabor naranja y una generosa porción de papas fritas que en la pizarra que está sobre la barra se le conoce como “pequeña”. El partido transcurre, se sufre, se grita y se sonríe.
Entretiempo, momento de ir al baño, en esos 15 minutos que parecen eternos para que se reanude el encuentro llegan más de los habituales habitantes de las sombras del bar, las bromas de mesa a mesa se cruzan, la vendedora de la feria, una wanderina hasta el alma llega con su clásico grito ¡¡¡Vamos Wanderito!!!, exclamación que estoy seguro escucharon por lo menos un par de cuadras más abajo en el cerro. Comienza el segundo tiempo, traen otra botella de esa que dice ser única, grande y nuestra. minuto 90, gol al filo de la hora y que decreta el triunfo, una semana de alegrías y el final del partido. Todos hacemos salud y las voces se unen en un etílico eseaene que sale tanto de las gargantas como del corazón.
Pido la cuenta, acá no hay productos gourmet ni precios inflados, se paga lo que se consume, 2 cervezas de litro, una porción de papas fritas y una bebida, total $4.500 más propina. Pago más que feliz, me retiro con la guatita llena, el corazón contento y la alegría de ver un partido en el bar del cerro.