Sexo en el puerto: Volviendo a mi puerto


Valentina es porteña y periodista.
Acaba de volver a Valparaíso luego de terminar sus estudios en España y quedarse algunos años recorriendo el viejo continente. En esta su columna, nos cuenta sus aventuras desde que volvió a nuestro puerto.
Regresé a Valparaíso después de mi última aventura en las playas de Tailandia. El puerto me recibió con su cálido abrazo y me dieron ganas de revivir algunos recuerdos de mis años universitarios en la Upla. El Bar Máscara, un lugar icónico en la ciudad, vino a mi mente como la elección perfecta para una noche de diversión y nostalgia.
Entré al bar, y de inmediato, la atmósfera me envolvió. Las luces parpadeaban y Sweet Dreams retumbaba en los parlantes. El lugar estaba lleno de universitarios y jóvenes profesionales que se entregaban por completo al ritmo de la música.
Estuve en la parte del bar lo suficiente para pedir a la guapa chica de la barra un vodka tónica y un barrido visual de los asistentes. En segundos me sumergí en la pista de baile, dejándome llevar por los recuerdos que brotaban en mi mente. Mientras me movía al ritmo de las canciones que marcaron mi juventud, noté a alguien que me miraba desde el otro lado del bar. Mis ojos se encontraron con los suyos, y la conexión fue inmediata.
Era Lucas, un antiguo amor de la universidad. Durante un breve periodocompartimos una relación apasionada, pero la vida nos separó y cada uno siguió su propio camino.
Decidí acercarme a él, y cuando estuvimos cara a cara, el tiempo pareció detenerse. La música seguía sonando a nuestro alrededor, pero nuestra atención estaba completamente centrada en el reencuentro. Lucas me saludó con esa sonrisa encantadora que atraía las miradas al cruzar el «paseo de la fama» de la Casa Central, y nos sumergimos en una conversación llena de risas y recuerdos.
A medida que avanzaba la noche, Lucas y yo nos dimos cuenta de que todavía existía una química especial entre nosotros. Los recuerdos compartidos nos unían, y ambos sabíamos que esta noche sería diferente a todas las demás. Decidimos escapar del bullicio del bar y buscar un lugar más tranquilo donde pudiéramos continuar nuestra conversación en privado.
Compramos unas latas de cerveza en la Plaza Aníbal Pinto y subimos por Almirante Montt compartiendo anécdotas y experiencias recientes. Finalmente, llegamos al Paseo Atkinson en donde encontramos un rincón vacío con vista al mar, la luz de la luna añadieron un toque de romanticismo y calentura a la velada. Cuando ya comenzaba a azotar el frío aire del mar, Lucas me propuso ir a su departamento, tomamos un Uber, el resto de la noche y parte de la nos reencontramos de una manera que ninguno de los dos había esperado.
Nuestra noche juntos fue apasionada y llena de nostalgia. Descubrimos que, a pesar de la distancia y el tiempo, la chispa entre nosotros seguía viva.
Pero no todo podía ser perfecto. Al final de la velada, mientras Lucas y yo nos abrazábamos en la penumbra, él sacó un pequeño estuche de su velador y me miró con una sonrisa nerviosa. Abrió el estuche para revelar un hermoso anillo de compromiso.
Con voz temblorosa, me preguntó: «Valentina, ¿te casarías conmigo?» El giro que habían tomado los acontecimientos me dejó sin palabras. No había esperado que esta reunión casual llevara a una propuesta de matrimonio.
Durante un breve instante, no sabía cómo reaccionar. Entonces, una risa nerviosa brotó de mis labios y se convirtió en una carcajada franca y sincera. Era una risa que no podía controlar, una risa que nacía de la sorpresa y de la incredulidad de la situación.
Lucas, confundido y apenado, miró con desesperación hacia mí. Parecía que había cometido un error terrible al hacer una propuesta tan apresurada en medio de nuestra inesperada reunión.
Después de unos minutos de risa, intenté explicar entre respiraciones entrecortadas: «Lucas, lo siento, no puedo evitar reírme. Esta propuesta es tan fuera de lugar… No puedo tomarla en serio.»
Visiblemente herido y avergonzado, bajó la mirada y no pudo sostener la mia. Finalmente, murmuró un «lo siento» y, sin decir más, se vistió y salió del departamento dejándome desnuda y sola.
Me terminé de vestir, y ya en la calle caminando hacia el plan, recordé la razón de que nuestra relación no hubiera perdurado en la época universitaria. Él era una persona intensa, por decirlo de manera suave, a las pocas semanas de relación ya me había planteado, no casarnos, sino vivir juntos y casi ya tenía planeado cuantos hijos tendríamos y en que orden.
Esta era mi primera salida nocturna desde mi vuelta al puerto, no quería imaginar las aventuras que vendrían en las próximas semanas.
¿Me acompañas?