Sexo en el puerto: Año nuevo Irlandés


Valentina es porteña y periodista.
Acaba de volver a Valparaíso luego de terminar sus estudios en España y quedarse algunos años recorriendo el viejo continente. En esta su columna, nos cuenta sus aventuras desde que volvió a nuestro puerto.
La víspera de Año Nuevo iluminaba el cielo de Valparaíso con una explosión de color y emoción. Decidí celebrar en el Paseo Yugoslavo. La música electrónica resonaba en el aire mientras la multitud se preparaba para dar la bienvenida al nuevo año.
En medio de la euforia, mi atención se centró en una mujer de ojos verdes y cabello castaño que se destacaba entre la multitud. Me acerqué con curiosidad y con alguna excusa tonta, entablé una conversación con ella.
— ¿Cómo te llamas? — Pregunté.
— Aoife— Respondió. Luego de unos minutos descubrí que era irlandesa y se encontraba de vacaciones en Valparaíso. La conexión fue instantánea. Al rato nos separamos de su grupo e amigos europeos y bailamos al ritmo de la música, compartimos risas y brindamos con la animada multitud de desconocidos. Aoife, con su acento irlandés y su espíritu vivaz, añadió un toque especial a la noche.
A medianoche, con los fuegos artificiales iluminando el cielo, La besé, ella se dejó querer mientras el sonido de fuegos artificiales proporcionaba la banda sonora perfecta para este momento mágico.
Con la ciudad vibrando de energía, decidimos explorar esa noche que parecía eterna. Caminamos de la mano por las calles repletas de personas que continuaban celebrando, compartiendo copas, abrazos y sumergiéndonos en la atmósfera festiva que envolvía Valparaíso. La euforia del Año Nuevo fluía a nuestro alrededor, creando recuerdos inolvidables en cada paso.
—Tengo cervezas en mi casa — Le dije.
—Perfecto— me respondió con su gracioso intento de español
A medida que se acercaba el amanecer, solo sobrevivían unos pocos que continuaban con la fiesta, algunas bailaban al ritmo de la música callejera, mientras que otras descansaban en cualquier lugar, apoyados en los frontis de las casas, un árbol o una banca se transformaba en el dormitorio perfecto para recuperar las energías y la sobriedad. La ciudad, impregnada de una mezcla de alegría y serenidad, se convirtió en el escenario perfecto para mantener la conexión entre Aoife y yo.
Mientras abría la puerta, ella me besó con pasión atrayéndome hacia su cuerpo. Los gritos de celebración de quienes nos vieron en medio del exquisito beso, nos apuraron para entrar a la casa. La hice pasar al living, mientras yo iba por las prometidas cervezas. Ella revisaba su teléfono.
—Estoy avisando a mis amigos que no llegaré al hostal hoy. ¿Me puedo quedar acá hasta que salga el sol?
—Mi casa es tu casa— Respondí mientras le extendía el botellín de Cerveza Sol.
Puse una playlist relajada en Spotify y apagué las luces para que la luz del cada vez más cerca amanecer se colara por entremedio de las persianas.
Conversamos, me contó que estudiaba antropología y siempre había querido conocer Sudamérica. También nos besamos hasta que el calor se hizo insoportable.
Aoife, con una sonrisa juguetona, me susurró —Creo que aún no tengo sueño, ¿y tú? —. Respondí con una mirada cómplice.
Juntas caminamos hacia mi dormitorio, sumando la calidez del amanecer a la que nosotras mismas irradiábamos. La puerta del dormitorio se cerró detrás de nosotras. Kilómetros más debajo de la ventana del dormitorio la ciudad continuaba su celebración.
