1905, el año que la viruela arrasó Valparaíso

En épocas de pandemia mundial, cuarentena y sectores de la población que hacen oídos sordos a las medidas de prevención, es interesante revisar la historia de nuestra ciudad y conocer los hechos que desencadenaron una de las epidemias más brutales de nuestra historia.
Y es gracias a la investigación realizada por Andrés García Lagomarsino en su libro de recopilación e investigación periodística “ Valparaíso en 1905 la viruela que arrasó la ciudad” que podemos conocer las causas, el manejo y las consecuencias de una epidemia que dejó más de 6.000 muertos en la ciudad.
“La fatalidad perenne y casi esotérica que se le atribuye a Valparaíso es en realidad totalmente tangible, pues obedece a una serie de tropiezos fundacionales propios de una ciudad que creció de forma incoherente para acomodarse a una nueva y agobiante función ser uno de los centros de redistribución mercantil más importantes del pacífico”. Así comienza el primer capitulo del libro de Lagomarsino y se agradece el dejar de lado el romanticismo de Valparaíso amparado en el clásico “todo tiempo pasado fue mejor, nos permite observar más de cerca a esta joya del pacífico que al igual que cualquier piedra preciosa tiene sus imperfecciones y por más que se intenten ocultar seguirán estando presentes a lo largo de la historia de Valparaíso.
Las causas
El auge económico de Valparaíso como uno de los puertos más importantes de América, el surgimiento de nuevas oportunidades laborales y el crecimiento de diferentes empresas en la ciudad llamaron la atención de muchos chilenos quienes abandonaron el campo para radicarse en la ciudad y buscar suerte en este nuevo epicentro económico. Esta fuerte migración hacia la ciudad junto con los escasos espacios urbanizados, los cités, la proliferación de los conventillos y ranchos conllevó al hacinamiento de estos nuevos habitantes, sumando a esto las malas costumbres y deplorable higiene, terminaron transformándose en un caldo de cultivo para la propagación de diversas enfermedades.
Otro ítem que contribuyó a la proliferación de las enfermedades fue la escasez de agua potable y un casi inexistente sistema de alcantarillado acorde a la cantidad de población. Por ejemplo, según ordenanza municipal todo conventillo debía tener servicio de agua potable, pero al realizarse una inspeccionen en el año 1904 se detectó que solo el 43% de ellos cumplían la norma y que muchas veces solo estaban limitados a una sola llave la cual era utilizada por las decenas de habitantes de cada edificio.
Iniciativas para dotar a la ciudad del vital elemento hubieron muchas, como la de Joshua Waddington y William Wheelwright, pero todas eran insuficientes para satisfacer las necesidades sanitarias de una ciudad en constante expansión. Dentro de los proyectos llevados a cabo se realizó la construcción de una laguna en el sector de Placilla la que a pesar de la cuantiosa inversión no aseguraba el abastecimiento ni siquiera para los establecimientos educacionales ni de salud.
“Las escuelas, en general, tienen en Valparaíso escasez de agua, en especial en los cerros. Es inexplicable que haya servicio limitado de agua en establecimientos adonde hay necesidad de mantener un aseo perfecto y constante para la higiene de los niños”. El Mercurio lunes 7 de noviembre de 1904.
Y no solo el agua potable era el problema sino también el arcaico sistema de cauces y la mala evacuación de las deposiciones. Ya en el año 1899 se denunciaba la obstrucción con arena de los cauces de aguas lluvias y también por la suciedad de los mismos porteños quienes arrojaban sus desperdicios a los canales. Muchos desagües salían de las casas y caían directamente en las calles lo que ocasionaba mal olor y una fuente constante para diversas enfermedades infecciosas. Otro aspecto desagradable en estas viviendas colectivas tenía que ver con el excusado, el cual muchas veces se reducía a uno solo que se encontraba ubicado en el patio y en la mayoría de los casos no era más que un simple cajón con puerta instalado sobre un agujero profundo. Una alternativa de baño era el de barril, en el que los desechos se depositaban en un tarro de hojalata el cual era trasladado al patio del conventillo para después ser trasladado a los muladares del Almendral o al sur de la bahía cerca de la población Bueras (aclarar). Así los desperdicios viajaban por toda la ciudad impregnando el viaje con su suave aroma. Un problema más que se notaba en cada lluvia era la falta de conductos que recibieran y condujeran las aguas que bajaban de los cerros. Las inundaciones ya eran comunes en la época invernal y transformaban en verdaderos pantanos el plan de la ciudad, además de arrasar con casas y desapareciendo familias enteras bajo el fuerte torrente del agua que caía.
“Valparaíso parece haberse resignado a estos siniestros periódicos y como las autoridades no tienen ningún interés en remediar los males que se sufren fuera de Santiago, resulta que una buena parte de Valparaíso se está haciendo inhabitable. Es preciso vivir en los barrios que se inundan, haber visto las calles con un metro de agua, haber sentido la angustia de los habitantes que pasan noches en vela defendiéndose de la inundación, saber de los ranchos y cuartuchos de los barrios pobres que el agua remoja y hunde, oír de las pobres gentes salvadas por la policia a medianoches preciso palpar esta desesperante situación para comprender que la desidia del gobierno a este respecto es simplemente criminal”. El Mercurio, 24 de junio 1904.

Llega la Viruela
En 1904 la viruela se acercaba a la ciudad. Una de las puertas de entrada era por el mar, principalmente con el puerto de Antofagasta, ciudad que ya había sido afectada y mantenía un gran intercambio comercial con Valparaíso. Un flanco más cercano y mucho más peligroso se encontraba a solo 100 kilómetros de distancia, en Santiago la viruela ya comenzaba a hacer estragos.
¿De dónde?
Tal como decía Mark Twain “la historia no se repite, pero que rima…”
Según notas de prensa, el doctor Luis Astaburuaga envió una nota en 1904 en donde afirmaba que la enfermedad llegó desde Santiago a través de guardianes y postulantes al servicio de policía porteño, quienes se infectaron en la capital pero sufrieron los primeros síntomas en Valparaíso.
Al surgir el 1 de septiembre el caso de 2 leñadores que se habían infectado en la zona de Reñaca se tomaron diversas disposiciones para prevenir el contagio, entre ellas estaban:
- Vacunar a todos los comerciantes extranjeros.
- Enviar vacunadores a las zonas rurales.
- Creación de un documento de información de prevención.
- Vacunación general a toda la policía, reos y todos quienes fueran detenidos.
- Solicitaría a Santiago el envío de vacunadores.
- Presentación de proyecto de vacunación y revaluación obligatoria.
La enfermedad ya se encontraba en la ciudad y a los pocos días se comenzaron a detectar diversos nuevos casos los cuales eran enviados al Lazareto de Playa Ancha para su tratamiento. A los 20 días de detectados los primeros enfermos ya se contaban 5 fallecidos, esta alta mortandad comenzó a generar preocupación entre las autoridades, quienes debatían sobre la mejor manera de solucionar esta crisis sanitaria. Mientras tanto la viruela avanzaba entre los conventillos, la mugre, una población poco educada y la falta de agua potable.
1905
Comienza el año, la época de playa y mientras en el centro de la ciudad los teatros y espectáculos de variedades sorprendían a turistas y locales, en los cerros de manera silenciosa la viruela aprovechaba las malas condiciones de vida para ir infestando los barrios más pobres del puerto. Para el mes de febrero se detectaba un foco en el Cerro Cordillera de más de 50 personas, los cuales en su mayoría eran niños.

Los días avanzaban, la epidemia continuaba registrando nuevos casos mortales, los médicos porteños reclamaban que el número de vacunas solicitadas al gobierno jamás llegaba e incluso la cantidad de fluido disponible era tan poco que en pocas horas se acababa y no daba abasto para enfrentar la viruela con el único método efectivo para frenarla, la vacunación masiva.
Como punto importante a señalar y como un acto criminal por parte de las autoridades de gobierno es que muchos de los fluidos proporcionados por el Instituto de Vacuna Animal de Santiago estaban en mal estado por lo que muchas de las personas que eran inoculadas no recibían la anhelada protección y caían víctimas de la enfermedad.
Viendo el estado de la ciudad y el abandono por parte de las autoridades fue el comité médico de Valparaíso quien tomó la iniciativa y ejecutó diversas acciones para hacer frente a la situación, creó folletos informativos, organizó mejoras para el lazareto de Playa Ancha, organizó servicios de ambulancias para el traslado de los enfermos variolosos, sistema de desinfección domiciliaria, entre otras.
Se fue el verano y comenzaron los meses de frío y lluvia con sus consabidos inconvenientes, pero que además ayudaron a aumentar la propagación de la enfermedad. En los cerros, las familias arrojaban las costras de los enfermos a las quebradas, las que se mezclaban con las aguas servidas, llegando a la arena para finalmente ser arrastradas por las lluvias a las principales calles de la ciudad lo que causaba una propagación descontrolada de los infectados. Por esto y tal como lo señalaban los porteños de todos los sectores desde antes de la epidemia, el tener un buen sistema de cauce de aguas era urgente para la ciudad.
La cantidad de fallecidos por la viruela era tan alta en el puerto, que muchas familias al ver a los enfermos morir en sus casas no encontraban nada mejor que dejar los ataúdes en las calles o lanzarlos a las quebradas esperando que los servicios de salud de la ciudad se hicieran cargo de su retiro, otros cadáveres eran simplemente dejados en una habitación pudriéndose hasta que los mismos vecinos denunciaran el hecho y se acercaran los trabajadores de la salud a sacar el cuerpo además de higienizar el lugar.
Para prevenir los contagios, las embarcaciones eran desinfectadas a diario por la Comisión de Sanidad Marítima, en donde además se inspeccionaba para detectar nuevos casos de viruela; el problema de esta medida es que era realizada a las embarcaciones que llegaban y no a las que salían por lo que pronto la enfermedad se trasladó también al archipiélago de Juan Fernández.
Pese a los esfuerzos realizados por el personal de la salud, estos se encontraban con muchos inconvenientes, personas que se negaban a recibir la vacuna, ambulancias apedreadas, caminos en mal estado, etc.
En el mes de julio, el doctor Daniel Carvallo reconocía a la prensa que la epidemia seguía creciendo en vez de retroceder, la asistencia pública atendía en promedio 50 personas al día, más los 30 que eran enviados directamente al lazareto de Playa Ancha (el cual ya había sido modificado y agrandado) junto con los 25 casos que eran detectados en domicilios. La infección en la ciudad estaba tan fuera de control que el doctor Carvallo señalaba que estaba prohibido velar a quienes habían fallecido de viruela, para así prevenir el contagio entre los deudos.

Los temporales continuaban, los enfermos aumentaban y “la muerte que pasó tantas veces por Valparaíso” como cantaba el gitano Rodríguez, había decidido permanecer una temporada en la ciudad. Pero no todo fue negativo, a mitad de julio comenzó a operar un nuevo vacunatorio, se emplazó un nuevo lazareto en el Cerro Barón, llegaron 20 estudiantes de medicina desde Santiago quienes se ofrecieron para ayudar y apoyar el combate contra la epidemia, además se destinaron fondos para los gastos funerarios y también donaciones económicas para las familias afectadas. Además los comerciantes le comenzaban a tomar el peso a la situación implementando normas higiénicas como exigir la vacuna a sus trabajadores y así mantener la enfermedad a raya.
Comienza a declinar
En agosto, ya los medios comenzaron a señalar la disminución de los casos; al consultar a los médicos por las causas del declive de la enfermedad ellos señalaban que la hospitalización, la mejora de los servicios en general y principalmente la vacunación que había alcanzado a más de 60 mil personas en Valparaíso habían sido determinantes.
A pesar de estas optimistas noticias, no todo era tan alegre en el puerto. Muchos de los enfermos arrancaban de los asilos, también los colchones y otros utensilios utilizados en el tratamiento de los variolosos no eran quemados sino que tirados a la calle, llegando a juntarse más de 100 de estos utensilios en los alrededores del lazareto de Playa Ancha lo que causaba un gran foco de contagio para los vecinos del sector.
Por otra parte continuaba la lucha entre los residentes de los conventillos y los empleados del servicio de ambulancias quienes se introducían a los cuartos buscando enfermos, los que muchas veces eran escondidos por sus familiares.
Mientras tanto el invierno avanzaba y también las típicas enfermedades de la época. Desde Pisagua y Antofagasta la amenaza de la Peste bubónica teñía aún más de negro el horizonte porteño, pero el declive de la viruela era evidente. Se registraron más de 62 mil vacunas en una ciudad que contaba con 162 mil habitantes, lo que para la época fue considerado un gran éxito. Un factor determinante para lograr este número fueron los estudiantes de medicina que viajaron desde Santiago quienes luego de observar la baja de la enfermedad volvieron a la capital con el agradecimiento de toda la ciudad.
Ya avanzada la primavera porteña las mejoras eran evidentes para todos, por lo que se clausuró el lazareto de Playa Ancha y Viña del Mar, quedando en funcionamiento solo el del Cerro Barón y la Asistencia Pública.
Finalmente, los porteños fallecidos durante esta epidemia llegaron a los 6.679 registrados. Esta situación dejó en evidencia todas las mejoras que se debían realizar a la brevedad para poder enfrentar las posibles emergencias sanitarias de la ciudad. Y fue un comienzo de siglo lleno de calamidades, no solo para Valparaíso sino para varios lugares alrededor del mundo, desde el extranjero llegaban noticias de fuertes terremotos en Italia, Argentina y Perú. Un presagio de lo que se vendría para Valparaíso y coronaría estos años de tragedias, lágrimas y emergencias la Joya del Pacífico.
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Fotografías cortesía de Andrés García Lagomarsino.