Diario de un Porteño: Beto, el maricón de cerro.

El Beto es un maricón de cerro, no es ni gay ni menos homosexual, él mismo se define así como un maricón pobre, sin adornos ni la parafernalia que rodea estos días a la comunidad gay. El Beto es de cerros, es de Valpo pero también de Viña, recorre los cerros pidiendo de casa en casa algo para una hipotética actividad que se realizará en un hipotético lugar , idealmente un paquete de fideos, arroz o un litro de aceite, si tiene suerte le dan unas monedas y ahí se ahorra el trámite de vender el botín y puede ir a comprar la petaca de ochocientos, una botella con un licor de dudosa procedencia o si el monto alcanza corre donde su dealer a conseguir el mono de pasta del que hace años es adicto y que ha demacrado su rostro sumando décadas a su inexpugnable edad.
Lo recuerdo desde que yo era pequeño, mi mamá me llevaba al paradero de la micro para ir al a escuela y ahí estaba él fumando en la esquina, conversando con los borrachitos mayores y riéndose con esas carcajadas que hacían volar a las palomas o caminando mientras macheteaba unas monedas entre los vecinos. EL Beto odiaba estar en su casa, su madre una borracha y adicta más preocupada de satisfacer sus vicios que de alimentar a su hijo, su padre un golpeador que alternaba sus noches entre su casa, construida en medio de la quebrada donde se unen Valparaíso y Viña, y la otra casa, esa que estaba decorada con barrotes, rejas y gendarmes. El Beto quería que su papá se quedara en la cárcel y no saliera más o se muriera para no volver a verlo, y a la mitad de su adolescencia su ruego se cumplió, nunca se supo como, pero salió de la celda por última vez con el terno de palo puesto y los pies en dirección al Cementerio número 3.
La seudo libertad de la orfandad trae también la crueldad de la adolescencia, el Beto se dejó el pelo largo y lo tiño de un rubio escandaloso, comenzó a usar pantalones apretados, bajó la voz para esconder el vozarrón que el paso a la adultez le estaba desarrollando y dejar de sufrir por las burlas de los otros niños del pasaje, grandes y chicos lo transformamos en un paria, algunos con insultos, otros lanzándole piedras y la mayoría ignorándolo, haciendo como que ya no estaba ahí, como si esa figura flaca desnutrida vestida con animal print y un pelo teñido con agua oxigenada pudiese omitirse del paisaje.
Pero no bajó los brazos, con los años esos adolescentes crecieron y más de alguno buscó el amor clandestino en brazos de quien durante el día repudiaban, ese que llamaban maricón culiao pero que a escondidas los acogía en medio de alguna casa abandonada o sitio eriazo. El Beto creció, creció en edad pero en el fondo continuaba siendo ese niño abandonado, sin darse cuenta pero con un camino que parecía trazado de antemano comenzó a caer en el alcohol, de las borracheras pasó a otros vicios y ahí a la pasta, la pasta esa adicción que ninguna película ha sido capaz de romantizar. Sus adicciones, su falta de oportunidades y apoyos lo llevaron a la prostitución callejera.

Hoy el Beto cumple más de seis décadas recorriendo los cerros, buscándoselas y rebuscándoselas a su manera, su cuerpo consumido por el VIH ya no le da para la prostitución, ya no le da para mucho, solo para caminar y pedir cooperación para comer. Sigue arreglándose como siempre, en su pieza con paredes menos en donde el frío del invierno y algún amante angustiado a veces aparece a calentar las noches.
El Beto es famoso en los cerros y en estos días en que las redes sociales y las grandes marcas se llenan de mensajes en favor de la diversidad, recuerdo al Beto, porque se encuentra en la antítesis de todo lo que aparece en los medios, es uno de los miles de representantes de uno de los fragmentos más tristes y siempre olvidados de la comunidad LGTBIQ+, esa que no sale tele, ese que no se entera que también tiene derechos, que no sale a marchar porque está más preocupado de sobrevivir, ese que solo es famoso en las historias del difunto Lemebel, ese que la discriminación y el abandono lo llevan a ahogarse en la mugre, la soledad y las adicciones.
*El nombre real de Beto fue cambiado.
Autor invitado: Lestat de Lioncourt