Más allá del cobre: el monumento a la solidaridad
El reciente desmantelamiento del Monumento a la Solidaridad, diseñada por el escultor chileno Mario Irarrázabal, ha generado un torbellino de reacciones que merece una mirada crítica. Este monumento, buscaba ser un símbolo de unión y memoria colectiva, ahora se encuentra en el centro de una controversia que ha despertado voces que, hasta hace poco, permanecían en silencio.
Es curioso observar cómo las protestas y reclamos emergen con fuerza solo cuando las grúas y martillos comienzan su labor. ¿Dónde estaban esas voces cuando el monumento simplemente era parte del paisaje urbano, quizás invisibilizado por la cotidianidad o el desinterés general? La respuesta no es sencilla, pero sí reveladora de una tendencia humana a reaccionar ante la pérdida más que a valorar la presencia.
El llamado a la acción post-desmantelamiento no debe convertirse en un escenario para aquellos que buscan notoriedad o un espacio en la esfera pública. Más bien, debería ser un momento de introspección colectiva, una oportunidad para preguntarnos qué tipo de ciudad queremos construir. Valparaíso, con su rica historia y su vibrante presente, merece un futuro pensado y deseado por sus habitantes, no dictado por la inercia o el oportunismo.
Reflexionar sobre el Valparaíso que anhelamos implica dialogar sobre nuestra identidad, nuestras prioridades y, sobre todo, nuestro compromiso con el legado que dejaremos a las generaciones venideras. El monumento puede desaparecer físicamente, pero su esencia debe perdurar en la memoria colectiva y en las acciones que emprendamos hacia adelante.
En lugar de levantar la voz solo cuando el cambio es inminente, fomentemos una cultura de participación activa y continua. Que el desmantelamiento del Monumento a la Solidaridad no sea el fin de una historia, sino el comienzo de una nueva narrativa para Valparaíso, una que esté escrita por todos y para todos, con la mirada puesta en un horizonte de esperanza y solidaridad real y efectiva.